Escuchó el ¡bam!, un estruendoso ¡bam!, sintió como el plomo acosaba su cuerpo, ya era muy tarde, un calor abusaba de él, jamás creyó que terminaría en eso. Sus falanges se tornaron tiesas, al cerrar sus ojos comprendió lo miserable que se había vuelto en el último tiempo, pues ese sello de hombre rudo, insensible y pseudos rebelde ya no le venía, había pasado de moda, sabía que debía seguir siendo así pues de lo contrario sería como el resto, carne para la masa.
Lo cierto es que era un buen tipo, pensó, alguno de los suyos que ahora sería del resto concluirían eso, ya no había tiempo para ponerse reflexivo y no había espacio para la metafísica. Justo cuando sentía menos atracción por ese extraño que le seguía le pagó con esto; un maldito disparo en la espalda. Se indispuso rápidamente, creyó desvanecerse en el aire, caería al suelo como un saco de plomo, solo, nadie lloraría por él, nadie se espantaría por tal crimen originado de la nada, seguramente investigarían sólo por cumplir, pero ahí quedaría, en un paréntesis eterno, como muchos asesinatos. Ninguna alma se apiadaría de él y le iría a dejar un ramo de flores desteñidas, que se volverían hediondas con ese olor tan característico de los cementerios; olor a claveles y crisantemos podridos. Detestaba ese aroma, pero ahora lo deseaba con ansias ya que quería ser visitado, no estaba seguro de eso, ningún cristiano lo visitaría ni siquiera para escupir sobre su tumba. Pasaron unos segundos que se convirtieron en minutos prolongados, un silencio prolongado yendo a la eternidad. Abrió los ojos y no percibió ningún rastro de sangre, se preguntó si eso era lo que ocurría cuando morían levantó la vista y vio una pareja de palomas que peleaban por un pedazo de pan equilibrándose en una ventana. Respiró y comprendió que estaba vivo para luego vencer todos sus miedos y mirar hacia atrás, de donde salió el disparo. Aún estaba ese hombre robusto con pinta de matón, se encontraba con el brazo derecho extendido y un cartucho de la bala disparada en el suelo, miraba, pero no contemplaba nada, no lo miraba a él, pareciese no saber que estaba haciendo, pero al mismo tiempo estaba muy seguro de su fin. Habían pasado sólo unos segundos, pero para el hombre habían sido minutos. Olía bajos sus narices el penetrante olor a pólvora y a sangre, en el suelo yacía un hombre de unos cincuenta años acostado de boca con una expresión de anhelo divino, la muerte lo había pillado de sorpresa.
Quiso acercarse al sujeto que disparó, deseo irse a tomar un café con él, pero ciertamente era una ridiculez, creyó ser el hombre más jodidamente afortunado de la tierra. Se creyó bendecido y protegido. Siguió su camino, ya era todo nuevo, comprendió que alguien le estaba mandando un mensaje superior, ya no sería un individuo miserable, se pondría en la buena con los suyos, reestablecería el contacto con todos aquellos que dejó olvidados, se cambiaría de casa, compraría un perro, se pondría en campaña para conseguirse una novia y discutir sobre la cerámica del baño y todos los sábados por la tarde harían las compras en el supermercado, pasearían en el parque con sus hijos mellizos, reiría, lloraría, amaría, gritaría y todos los ía parecían ser ahora sus amigos, ya no sería dueño sólo de su nombre y apellido, se sintió entupidamente feliz, esbozó una sonrisa y prontamente una larga carcajada siendo en ese mismo instante atropellado bestialmente por un vehículo de carga sin dejar rastro de él, fue en ese preciso momento en que el sujeto asesino movió sus ojos a la intersección de la calle donde había acontecido el atropello. Olor a llanta quemada,dijo.
Lo cierto es que era un buen tipo, pensó, alguno de los suyos que ahora sería del resto concluirían eso, ya no había tiempo para ponerse reflexivo y no había espacio para la metafísica. Justo cuando sentía menos atracción por ese extraño que le seguía le pagó con esto; un maldito disparo en la espalda. Se indispuso rápidamente, creyó desvanecerse en el aire, caería al suelo como un saco de plomo, solo, nadie lloraría por él, nadie se espantaría por tal crimen originado de la nada, seguramente investigarían sólo por cumplir, pero ahí quedaría, en un paréntesis eterno, como muchos asesinatos. Ninguna alma se apiadaría de él y le iría a dejar un ramo de flores desteñidas, que se volverían hediondas con ese olor tan característico de los cementerios; olor a claveles y crisantemos podridos. Detestaba ese aroma, pero ahora lo deseaba con ansias ya que quería ser visitado, no estaba seguro de eso, ningún cristiano lo visitaría ni siquiera para escupir sobre su tumba. Pasaron unos segundos que se convirtieron en minutos prolongados, un silencio prolongado yendo a la eternidad. Abrió los ojos y no percibió ningún rastro de sangre, se preguntó si eso era lo que ocurría cuando morían levantó la vista y vio una pareja de palomas que peleaban por un pedazo de pan equilibrándose en una ventana. Respiró y comprendió que estaba vivo para luego vencer todos sus miedos y mirar hacia atrás, de donde salió el disparo. Aún estaba ese hombre robusto con pinta de matón, se encontraba con el brazo derecho extendido y un cartucho de la bala disparada en el suelo, miraba, pero no contemplaba nada, no lo miraba a él, pareciese no saber que estaba haciendo, pero al mismo tiempo estaba muy seguro de su fin. Habían pasado sólo unos segundos, pero para el hombre habían sido minutos. Olía bajos sus narices el penetrante olor a pólvora y a sangre, en el suelo yacía un hombre de unos cincuenta años acostado de boca con una expresión de anhelo divino, la muerte lo había pillado de sorpresa.
Quiso acercarse al sujeto que disparó, deseo irse a tomar un café con él, pero ciertamente era una ridiculez, creyó ser el hombre más jodidamente afortunado de la tierra. Se creyó bendecido y protegido. Siguió su camino, ya era todo nuevo, comprendió que alguien le estaba mandando un mensaje superior, ya no sería un individuo miserable, se pondría en la buena con los suyos, reestablecería el contacto con todos aquellos que dejó olvidados, se cambiaría de casa, compraría un perro, se pondría en campaña para conseguirse una novia y discutir sobre la cerámica del baño y todos los sábados por la tarde harían las compras en el supermercado, pasearían en el parque con sus hijos mellizos, reiría, lloraría, amaría, gritaría y todos los ía parecían ser ahora sus amigos, ya no sería dueño sólo de su nombre y apellido, se sintió entupidamente feliz, esbozó una sonrisa y prontamente una larga carcajada siendo en ese mismo instante atropellado bestialmente por un vehículo de carga sin dejar rastro de él, fue en ese preciso momento en que el sujeto asesino movió sus ojos a la intersección de la calle donde había acontecido el atropello. Olor a llanta quemada,dijo.