jueves, 5 de junio de 2008

$30 al Cartero





Te cuento todo esto porque eres mi nieta, mi nieta favorita. Desde hace días tengo ganas de conversar con alguien, no sé que tengo, siento que algo me estrangula, un pesar, una angustia mi niña. Tú me verás que siempre ando de aquí para allá. Que las visitas, que las misas a las siete todos los días, que los cumpleaños, santos, bautizos, despedidas, funerales- Llevar una casa, no es nada fácil, ya te quiero ver cuando seas grande y te cases y estudia mijita linda, estudia para obtener un cartón de cualquier cosa y no tengas que depender de un hombre y si te sale malo, ahí tendrás una herramienta para salir adelante, yo no pude estudiar, las cosas son muy diferentes ahora, pero bueno. ¡Ya, sigue desgranando las arvejas!

Jacinta, mi bella Jacinta, supieras cuanto te adoro. Tantos años queriéndote y yo acá, en silencio.

¡Ay que me duele el pecho!, no me sentía así desde que tu madre tuvo tantas complicaciones para tenerte, pero esa vez fue diferente. Aurora, sabes, quiero contarte algo. Algo me dice que debo contártelo a ti y sólo a ti. Tú eres la única que me entenderá. Mira, yo quiero a tu abuelo, pero siempre estuve enamorada de un hombre que nunca me amó. Cuando yo tenía como ocho años lo conocí, desde el primer momento que lo vi me dije: “ah cagué” y así fue, él voló directamente a mi corazón. Oscar tenía diecisiete años y claramente jamás se habría fijado en una niñita como yo y nunca me miró. Estuve años enamorada hasta las patas de él, pero por esas coincidencias mariconas de la vida, disculpa mi niña, terminé casándome con su hermano. Yo quiero a tu abuelo, pero tú no sabes por todo lo que he pasado, era horrible, imagínate, casada con un hombre que no amaba, le dije que sí porque me brindaría seguridad y tal vez me podría enamorar de su amor por mí, no de él.

Era espeluznante las noches cuando se metía a la cama con los pies helado, ¡qué hubiese dado yo por sentir esos pies helados junto a los míos si tan sólo hubiesen sido los de Oscar! Me daban retorcijones de guata cada vez que tu abuelo me empezaba a tocar, temblaba, pero no de ese temblor agradable y esas rosquillitas, bueno ¡qué vas a saber tú si eres muy chica para esas cosas! ¡Oye!, pásame las zanahorias. En fin, como te decía, me ponía a temblar cuando me tocaba y cuando estaba arriba mío y sentía su peso, imaginaba que era mi amor de niñez que venía a acompañarme y a rozar mi cuerpo con sus labios tibios y me diría al oído;”Te amo y siempre te he amado Jacinta”. Luego me acosaba la culpabilidad terminada la sesión monótona, me daba vuelta y fingía dormir. Prefería esperar que se durmiera él primero, pese a que no me podía concentrar para dormir luego con sus ronquidos. Cuando ya estaba segura de que dormía lo quedaba mirando intentado buscar en mi interior alguna pizca de amor, pero en él veía sólo a un monstruo que abusó de mí. Decidí casarme con él pese a que siempre tuve presente a Oscar a quien le mandé miles de cartas, le tienen que haber llegado, de lo contrario me las hubiesen devuelto.

Le mandé doscientas cartas, y entre julio y octubre intenté entrar a su casa los días siete y catorce de cada mes.

Elegí esos días pues él tenía setenta y nueve años en ese entonces y yo setenta, nuestras edades sumadas dan ciento cuarenta y nueve, 149, si sumas un 1+4+9 el resultado es 14 y la mitad de 14 es 7. Va más allá de una cosa de la numerología. El 7 es número y así me gusta en signo, no en palabra.

Jacinta tus cartas, yo me enamoré de tus cartas, tan delicadas y sinceras. Cuando escribes es como si lo hicieras desde el corazón y del estómago a veces, siento que te conozco tan bien, pese a que yo no era y nunca fui el destinatario.
Me las quedé, las retuve como si con tal acto tuviera algo de ti. Todo lo demás honestamente no me importa, quiero que estés acá conmigo, con este simple cartero.

Cuando Oscar murió, todo cambió, pensé que me moriría con él y para mi extrañeza, aquí me tienes. Aún sigo casada, aún soy esposa, madre, abuela, soy mujer y aún pienso en él. Le prometí cuando fue el entierro que nunca lo dejaría ni se sentiría solo, la Virgencita fue testigo de tal promesa. Todas esas cartas fueron escritas acá, en esta cocina mientras revolvía con la cuchara de palo, ahí me inspiraba. Entre pimientos y rábanos, entre huevos y carnes fue madurando mi sentir. Le mandé doscientas cartas, algunas las leyó, otras no, lo sé pues su esposa guardó algunas y me increpó, vieja bruja esa, pero es buena persona y está más sola que un dedo ahora. Dicen que se volvió loca y otros dicen que la loca soy yo, la verdad es que yo prefiero seguir pelando estas zanahorias.

Si tan sólo yo fuera el objeto de tu amor inmenso y desinteresado, si tan sólo me miraras de otra forma cada vez que me entregas los treinta pesos que es lo que corresponde, pero tú con una sonrisa me das más propina y de paso, un vaso de jugo hecho por ti acompañado de alguna de esas galletitas recién horneadas con tus manitos que parecen delicados pétalos. Me tendré que seguir resignando a la reciprocidad de tu amor.

La última vez que intenté entrar fue el 7 de octubre y al día siguiente murió, desde ese día iba todos los domingos a visitarlo al cementerio. Y yo te cuento todo esto porque eres mi nieta favorita y me da lo mismo que seas sordomuda.

1 comentario:

CSP dijo...

Uf!
La existencia de tus personajes es tan miserable que creo que si sigo leyéndote me volveré adicto a tus cuentos. Te pasaste, AnitaPelota, eres talentosísima. No quiero manifestar mi cariño por ti para que el mensaje no se tergiverse y pierda el dejo de objetividad que pretendo impregnar en él, pero qué diablos, te quiero muchísimo.
Si ves por ahí al baboso del cartero dile que deje de pelar el cable._