viernes, 20 de junio de 2008

$30 al Cartero









Te cuento todo esto porque eres mi nieta, mi nieta favorita. Desde hace días tengo ganas de conversar con alguien, no sé que tengo, siento que algo me estrangula, un pesar, una angustia mi niña. Tú me verás que siempre ando de aquí para allá. Que las visitas, que las misas a las siete todos los días, que los cumpleaños, santos, bautizos, despedidas, funerales. Llevar una casa, no es para nada fácil. Ya te quiero ver cuando seas grande y te cases y estudia mijita linda, estudia para obtener un cartón de cualquier cosa y no tengas que depender de un hombre pues si te sale malo, ahí tendrás una herramienta para salir adelante, yo no pude estudiar, las cosas son muy diferentes ahora a pesar que me cuesta aceptarlo, pero bueno. ¡Ya, sigue desgranando las arvejas!


Estaba yo un día caminando por los pasajes de la Villa Orquídea, y me topé con una verdadera Flor, la flor más bella que pudo haber brotado de la tierra; Jacinta Lira, mi preciosa Jacinta, supieras cuanto te adoro. Tantos años queriéndote y yo acá en silencio.



¡Ay que me duele el pecho!, no me sentía así desde que tu madre tuvo tantas complicaciones para tenerte, pero esa vez fue diferente. Aurora, sabes, quiero contarte algo. Algo me dice que debo contártelo a ti y sólo a ti. Tú eres la única que me entenderá, pero no sé si deba. No quiero que pienses mal de tu abuelita que te quiere tanto. Mira, yo quiero al viejo, a tu abuelo, pero siempre estuve enamorada de un hombre que nunca me amó. Cuando yo tenía como ocho años cuando lo conocí y desde el primer momento que lo vi supe que desde ese momento estaría condenada a quererlo. Estaba completamente segura de eso a pesar que no sabía mucho de amor, sólo conocía el amor que cantaban en las canciones, el que me leía en los libros y el que veía entre mis padres. Eso era lo único que sabía, que lo amaba, mientras aún jugaba con mis muñecas y me sorbeteaba los mocos. Él voló directamente a mi corazón cuando tenía diecisiete años y claramente jamás se fijó en una niñita como yo. Nunca me miró.

Estuve años amándolo en secreto, décadas, casi toda una vida estuve enloquecida hasta las patas por él, pero por esas coincidencias mariconas de la vida, disculpa mi niña, terminé casándome con su hermano. A mi nadie me obligó, eso lo tengo clarito y yo ahora puedo decir sin problemas que quiero a tu abuelo, pero tú no sabes por todo lo que he pasado mi niña, era horrible, imagínate, casada con un hombre que no amaba, le dije que sí porque me brindaría seguridad y tal vez me podría enamorar de su amor por mí, no de él. El amor me sale hasta en la sopa.

Era espeluznante las noches cuando se metía a la cama con los pies helado, ¡qué hubiese dado yo por sentir esos pies helados junto a los míos si tan sólo hubiesen sido los de Él!, pero no, eran los de Heriberto.
Me daban retorcijones de guata cada vez que tu abuelo me empezaba a tocar, me producía náuseas, temblaba, pero no de ese temblor rico y esas rosquillitas que te produce esa persona especial en tu corazón, bueno ¡qué vas a saber tú si eres muy chica para esas cosas! ¡Oye!, pásame las zanahorias. En fin, como te decía, me ponía a temblar cuando me tocaba y cuando estaba arriba mío y sentía su peso, imaginaba que era mi amor de niñez que venía a acompañarme y a rozar mi cuerpo con sus labios tibios y me diría al oído; “Te adoro Jacinta y será así siempre”. Luego me acosaba la culpabilidad terminada la sesión monótona, me daba vuelta y fingía dormir. Prefería esperar que se durmiera el viejo primero, pese a que no me podía concentrar para dormir después con sus ronquidos.

Cuando ya estaba segura de que dormía lo quedaba mirando intentado buscar en mi interior alguna pizca de algún sentimiento puro y sincero hacia él. A pesar del intento sólo lograba ver al principio un monstruo que abusó de mí. Decidí casarme con él pese a que siempre tuve presente al otro a quien le mandé miles de cartas, le tienen que haber llegado, de lo contrario me las hubiesen devuelto.

Le mandé doscientas cartas, y entre julio y octubre intenté entrar a su casa los días siete y catorce de cada mes. ¿Que qué me llevó a hacer eso?, pues la desesperación, una mujer enamorada es un peligro andante y más aún cuando está dolida. Raro era estar dolida si Él nunca me hizo nada, por eso sufría. Los días en que tu abuelo salía más tarde de la pega yo aprovechaba de ir a su casa. Le escribí cartas, versos, le contaba lo que estaba haciendo, las rosas que plantaba, de lo lindo que estaba creciendo la uva en el parrón, le describía lo bello que cantaban los pájaros, le describía los sueños que tenía con Él, le decía lo que sentía dentro de mí, lo que iba a cocinar, una que otra copucha de las vecinas, incluso le conté de ti también Aurorita.



Jacinta tus cartas, yo me enamoré de tus cartas, tan delicadas y sinceras. Cuando escribes es como si lo hicieras desde el corazón y del estómago a veces, siento que te conozco tan bien, pese a que yo no era y nunca fui el destinatario.
Me las quedé, las retuve como si con tal acto tuviera algo de ti. Todo lo demás honestamente no me importa, quiero que estés acá conmigo, con este simple cartero.



Cuando Él murió, creí que yo le seguiría, pero todo cambió, pensé que no soportaría su partida y para mi extrañeza, aquí me tienes. Aún sigo casada, aún soy esposa, madre, abuela, soy mujer y aún pienso en Él. Le prometí cuando fue el entierro que nunca lo dejaría ni se sentiría solo, la Virgencita fue testigo de tal promesa. Todas esas cartas fueron escritas acá, en esta cocina mientras revolvía con la cuchara de palo, ahí me inspiraba. Entre pimientos y rábanos, entre huevos y carnes fue madurando mi sentir. Le mandé doscientas cartas, y no sé que pasaron con todas ellas, ojala las haya leído y reído si era el caso, o llorado o por último hastiado y que alimenten sólo unos breves segundos el calor de la chimenea.



Si tan sólo fuera yo objeto de tu amor inmenso y desinteresado, si tan sólo me miraras de otra forma cada vez que me entregas los treinta pesos que es lo que corresponde, pero tú con una sonrisa me das más propina y de paso, un vaso de jugo hecho por ti acompañado de alguna de esas galletitas recién horneadas con tus manitos que parecen delicados pétalos. Me tendré que seguir resignando a la reciprocidad de tu amor.


La última vez que intenté entrar fue el siete de octubre y al día siguiente murió, lo supe antes que el resto, porque me vino a ver y me dio las gracias. Yo iba todos los domingos por la mañana con mi ramo de rosas rojas al cementerio. Y yo te cuento todo esto porque eres mi nieta favorita y me da lo mismo que seas sordomuda.

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