Tengo un tarro, bueno, más bien es un texto, no, no es un árbol, si eso es; un árbol.
Ah! está bien, para qué miento.
Tengo un tarro, si es un tarro realmente.
Un tarro como esos del café instantáneo, de metal, que cuando choca contra el suelo,su eco violento repercute por toda la habitación, vacía y concreto en la cual vivo.
Los ecos son su don.
Los mido.
Cuando los escucho siento la soledad en su más alta epifanía.
Escucho la soledad horrorosa.
Como decía, tengo un tarro.
Lleno de clavos de todos los lugares.
Incluso hasta de los más ignotos.
Tengo clavos de todos los tamaños y diámetros.
Algunos están nuevos.
Otros están oxidados, creo que esos son los que más me gustan.
Mis favoritos son los clavos chicos y oxidados.
Sin embargo cada vez que..., ¡siento olor a café!sin embargo cada vez que intento martillar tomo uno.
Tomo un clavo y lo aprieto sobre la superficie que deseo clavar.
Me pongo otro en la boca en el caso que llegase a fallar al lanzar el primer martillazo.
Ese es el que le da el golpe inicial y es quien decide si el clavo entrará o no.
Siempre suelo errar y tiro martillazos al aire.
martes, 22 de abril de 2008
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