Estoy sentada como siempre con la columna chueca, sentada arriba de una de mis piernas flexionadas, lo cual hace muy mal para la espalda pretendiendo plasmar algo de mí en estas letras. Nací un seis de junio de 1987, el mismo día del desembarco de Normandía, del asesinato de Portales y de la muerte del fundador de la congregación marista, se podría decir siúticamente que soy una flor de invierno, tan escasa como las mismas que florecen en la estación de invierno. Miro hacia fuera y contemplo la luz de los faroles y empiezo a recordar…
Soy hija única, de padres separados, (lo que está muy de moda por estos días), tal hecho me marcó profundamente, pero más adelante me detendré en el. Como decía no tengo hermanos puesto que mi madre sufrió un paro cardiaco acompañado de otras dificultades, casi pierde su vida, era ella o yo digno tal suceso de una teleserie romanticona, de esas que nos burlamos de lo cebollentas que son. Crecí con todo el afecto, el amor, la entrega, el apoyo y preocupación, eso creo, no, no lo creo; es. Tengo excelente memoria. Digo eso de que crecí con la preocupación de los demás hacia mí porque tuve una infancia con diversas complicaciones físicas y salubres. A medida que fui creciendo compartí entre Villa Alemana y Viña del Mar con mis abuelos paternos y mi abuela materna. Tengo la suerte de tener a mi bisabuela aún viva y fue quien me enseñó a caminar. Entré al jardín “Capullito” en la Villa y con mi Padre le creamos un grito:”Capu- Capu, llito-llito, Capu- Capu, llito-llito Capullito donde usted lo estudia todito”. Puede ser una cursilería, pero es un gran recuerdo.
Ahora ese jardín es una casa particular y siempre paso por ahí cuando voy a ver a mis abuelos, medito sobre como la niñez se nos va tan pronto, a pesar que desde pequeña tuve grandes problemáticas acerca de la existencia y la razón. Tengo recuerdos de episodios enteros en ese jardín; hacer de bruja y de duende, las dificultades de cortar con tijera, las calificaciones, las notas de las tías, recuerdo su nombre “Eugenia”, tiene voz raspada, siempre me llamó la atención su voz.
En el año 1993 ingresé al Colegio Champagnat y estuve por 12 años en tal establecimiento, ahí compartí vivencias, experiencias, conocí a grandes personas, hice todo lo que tenía que hacer en esa etapa, sin embargo estuve 12 años con los mismos gilipollas, claro con cariño, pero no volvería nuevamente a esa etapa. Mi adolescencia fue un tanto dura tanto para mis cercanos como para mí, es acá cuando se gestan los reales cambios, se afirman los gustos, los intereses, las convicciones y los cuestionamientos aumentan, se da el escenario para las crisis que he sabido sacarle todo lo positivo cuando se manifiestan. Al momento de egresar de cuarto medio mi Madre, profesora de Historia, decidió irse a trabajar y vivir a una recóndita isla en la XI región, la región de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo, como diría nuestra querida Presidenta ahora. Este acontecimiento sin duda obligó a dar un giro de 360 grados de ese momento en adelante.
Vivir por tantos años con la Madre para luego de un momento a otro tener empezar todo de nuevo, viví con mis abuelos, luego con los otros, luego sola, para convivir y no con mi abuela materna que es toda una caja de sorpresas. Yo me quedé acá a la espera de un inicio de una nueva etapa académica. Mi Padre es un hombre increíble, un sujeto sospechosamente igual a mí, o yo igual a él. Cuando ellos se separaron sucedieron muchas cosas, y yo ahí. El sufrimiento para todos fue abismante, pero a medida que ha pasado el tiempo uno entiende el porqué de muchas cosas que antes no se comprendían o no querían ser comprendidas y aceptadas. Al estar en un colegio católico inicialmente había que tener mucho cuidado, predicaban un concepto de familia que es el ideal, pero que no se acerca a la realidad de cada uno de nosotros puede o no puede tener, pues yo no la tenía.
Por alguna razón mi vida se ha vestido de sucesos absurdos y digamos que tengo alma de vagabunda.
Soy hija única, de padres separados, (lo que está muy de moda por estos días), tal hecho me marcó profundamente, pero más adelante me detendré en el. Como decía no tengo hermanos puesto que mi madre sufrió un paro cardiaco acompañado de otras dificultades, casi pierde su vida, era ella o yo digno tal suceso de una teleserie romanticona, de esas que nos burlamos de lo cebollentas que son. Crecí con todo el afecto, el amor, la entrega, el apoyo y preocupación, eso creo, no, no lo creo; es. Tengo excelente memoria. Digo eso de que crecí con la preocupación de los demás hacia mí porque tuve una infancia con diversas complicaciones físicas y salubres. A medida que fui creciendo compartí entre Villa Alemana y Viña del Mar con mis abuelos paternos y mi abuela materna. Tengo la suerte de tener a mi bisabuela aún viva y fue quien me enseñó a caminar. Entré al jardín “Capullito” en la Villa y con mi Padre le creamos un grito:”Capu- Capu, llito-llito, Capu- Capu, llito-llito Capullito donde usted lo estudia todito”. Puede ser una cursilería, pero es un gran recuerdo.
Ahora ese jardín es una casa particular y siempre paso por ahí cuando voy a ver a mis abuelos, medito sobre como la niñez se nos va tan pronto, a pesar que desde pequeña tuve grandes problemáticas acerca de la existencia y la razón. Tengo recuerdos de episodios enteros en ese jardín; hacer de bruja y de duende, las dificultades de cortar con tijera, las calificaciones, las notas de las tías, recuerdo su nombre “Eugenia”, tiene voz raspada, siempre me llamó la atención su voz.
En el año 1993 ingresé al Colegio Champagnat y estuve por 12 años en tal establecimiento, ahí compartí vivencias, experiencias, conocí a grandes personas, hice todo lo que tenía que hacer en esa etapa, sin embargo estuve 12 años con los mismos gilipollas, claro con cariño, pero no volvería nuevamente a esa etapa. Mi adolescencia fue un tanto dura tanto para mis cercanos como para mí, es acá cuando se gestan los reales cambios, se afirman los gustos, los intereses, las convicciones y los cuestionamientos aumentan, se da el escenario para las crisis que he sabido sacarle todo lo positivo cuando se manifiestan. Al momento de egresar de cuarto medio mi Madre, profesora de Historia, decidió irse a trabajar y vivir a una recóndita isla en la XI región, la región de Aysén del General Carlos Ibáñez del Campo, como diría nuestra querida Presidenta ahora. Este acontecimiento sin duda obligó a dar un giro de 360 grados de ese momento en adelante.
Vivir por tantos años con la Madre para luego de un momento a otro tener empezar todo de nuevo, viví con mis abuelos, luego con los otros, luego sola, para convivir y no con mi abuela materna que es toda una caja de sorpresas. Yo me quedé acá a la espera de un inicio de una nueva etapa académica. Mi Padre es un hombre increíble, un sujeto sospechosamente igual a mí, o yo igual a él. Cuando ellos se separaron sucedieron muchas cosas, y yo ahí. El sufrimiento para todos fue abismante, pero a medida que ha pasado el tiempo uno entiende el porqué de muchas cosas que antes no se comprendían o no querían ser comprendidas y aceptadas. Al estar en un colegio católico inicialmente había que tener mucho cuidado, predicaban un concepto de familia que es el ideal, pero que no se acerca a la realidad de cada uno de nosotros puede o no puede tener, pues yo no la tenía.
Por alguna razón mi vida se ha vestido de sucesos absurdos y digamos que tengo alma de vagabunda.
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