martes, 22 de abril de 2008

Un Día...





...Caminaba junto a un átomo de animal blanco, correspondía a la raza canina, sus dimensiones eran enanas, su peso y volúmen era algo así como medio kilo de manzanas. Estábamos sentadas, esperando, ella sobre mis piernas, temerosa e intrigada. Me observaba y yo a ella, le hablaba tranquilamente explicándole el motivo de la visita de todos esos animales. No entendía absolutamente nada. Yo en esos momentos no quería ser perro.
Más adelante sucedería algo que ella no esperaba;dos vacunas sobre el lomo y una receta médica. Pero eso fue después.
Señor, lo ví y mi vida se iluminó por unos segundos, lo miré en su entrada, usted me miró. LLevaba pues, una mochila azul en sus manos delgadas, pero grandes, adentro de ella se asomaron dos ojos, dos pequeños luceros de una belleza sublime, de una fragilidad abismante que no decían nada.Su altura me sorprendió, no sé porqué ahora lo recuerdo alto, en ese momento no me lo pareció y menos aún cuando se sentó a mi lado. Creía que nos conocíamos, que eramos dos personas que llevaban a sus amigos al veterinario, le hablé y usted a mí. Me pareció tan intrigante. Me contó de su mujer, de sus hijas, de su gata, de sus perros, de sus recuerdos des infancia, de su madre, hombre vuelva a aparecerse. Me sentí tan cómoda con su presencia y compañía, incluso pensé que podría estarle conqueteando, pero no fue así, que diablo! no quería que llegase mi turno y debiera pasar a la consulta, deseaba seguir hablando con usted, me gustaba tratarle de descubrir su color de ojos, pero se tornó tan complicado por esos oscuros lentes que cubrían. Fue ahí cuando me fue turno, no quería dejar de hablar con usted, estaba tan entretenida y asombrada por esa facilidad y soltura al contarme sus cosas. Yo le hablé del amor a los animales, de mi perra Carmina que tiene 11 años, que ya me hago la idea que algún día me abandonará. Me contó también del gato de un amigo suyo que era tan lindo que había hecho comerciales para la Coca Cola jaja. De las perdices, del parrón, de su caturro, cuando se le ponía sobre su cabeza y volaba por toda la casa. De los niños que pasaban por su morada y veían a sus gatos y a su querida ave. Me extrañó la seguidilla de muertes cercanas que tuvo que pasar, sus perros. Usted me dijo que los animales entienden más de lo que uno cree, lo entienden todo.
Me encantaría tenerlo como abuelo, como tío, aunque sea como vecino. Lo hubiese invitado a tomar el té y comer algo dulce, tal como en todos nosotros nos gusta comer luego del almuerzo. Quería que ese instante se alargara y que se transformara en una prolongación eterna de un momento en que realmente escuché y fui escuchada. Espero que su gata esté mejor, que esa anemia no la debilite más, pero usted sabe que son más fuertes que uno. Que viva siglos! y siglos más! ya nos toparemos de nuevo.

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